Miradas que duelen

Escrito por: Ratón rosa

La primera vez que alguien me acosó en la calle fue cuando tenía 11 años, acababa de salir de una clase de teatro, el sol quemaba la piel y había tanta gente que era imposible no chocar al caminar. Vestía una falda rosa que había comprado hacia unos días junto a mi madre y una camisa con un estampado que decía “princesa en busca de sueños” que me había regalado mi tía Fernanda, en el intercambio navideño del año pasado. Le había insistido a mi madre que me dejara llegar sola a casa, ya que no quería molestarla en el trabajo. En las calles el olor de puestos de comida se combinaban con el aroma característico de cada persona, ahí estaba yo en un lugar ya conocido para mí, que sin embargo alrededor de tanta gente desconocida me hacía lucir la chica más indefensa del mundo. Después del aroma vinieron las sensaciones, alguien tocó mi falda, sentí que debido a toda la multitud pudo ser un accidente o que incluso yo con mis propios nervios lo habría imaginado, pero no fue así, el toque volvió a repetirse. Empecé a temblar, mis manos sudorosas hacían que sujetar mi teléfono se hiciera cada vez más complicado, sentí que en ese momento mi mirada podía decir lo asustada que estaba como si lo hubiera dicho todo solo con mis ojos.  

Cómo si el ir a clases de teatro me hubiera ayudado a actuar a ser fuerte, o como si me hubiera aferrado a recuperar mi inocencia trate de golpear a mi agresor, sin pensarlo mucho cerré el puño y cuando voltee el terror invadió cada parte de mi cuerpo. Lo demás sigue borroso en mi cabeza, las mismas imágenes se repiten, unos ojos más grandes de lo normal mirando todo mi cuerpo, una princesa sin sueños, vómito. 

Llegué a mi casa y estaba tan confundida que solo pude llegar a mi cuarto y encerrarme, no solté ni una sola lágrima. No dejaba de pensar en eso, incluso al ver mi caricatura favorita no dejaba de recordar esos ojos. Todo se sentía tan asfixiante como si estuviera dentro de un globo que en cualquier momento puede explotar pero que sin embargo nunca lo hace, por más que espere a que algún día lo haga.  

Después de años, aunque el dolor no se ha ido de una o otra manera se ha ido apaciguando, pero cuando esté domingo mientras recorría la plaza para celebrar el cumpleaños de un amigo, vi que a una chica mas o menos de mi edad pasaba por una situación similar, no me quedé callada, me levanté lo más rápido que pude. El corazón me latía un montón, mis piernas temblaban más de lo que quisiera admitir, pero me sentí tan bien en ese momento. Junto con mis amigos formamos una barricada alrededor de la chica y gracias a Dios, al destino o lo que sea que exista, hubo un policía que nos ayudó con la situación. Cuando todo pasó no pude evitar llorar, lloraba por mi yo de niña que, se enfrentó a una situación que no debió pasar, lloraba por la mujer a mi lado que probablemente estaba más asustada que yo, lloraba por todas las que habían pasado por la misma situación.  

Le gente a veces no conoce la gravedad del asunto, de cómo eso nos daña para siempre, en ocasiones mientras camino por la calle no puedo evitar sentir miedo, sin embargo continúo caminando, porque a cada paso que damos demostramos que somos más fuertes que ellos.

Anterior
Anterior

No entiendo muchas cosas

Siguiente
Siguiente

Mientras respire