VISTA DE TERCERA
Era de noche, ya pasadas de las 10 ella estaba segura, la bebé yacía dormida, mientras que su madre solo pensaba en cómo escapar esa noche, en cómo escapar de su casa que en ese momento ya se había convertido en su infierno. Cuando una idea de como irse por fin había llegado a su cabeza, la puerta se abrió, revelando al diablo de su infierno. Llegó tambaleante ante ella y con la misma mirada de furia, en la que antes ella había visto solo bondad y amor, ahora estaba llena de desprecio y horror.
— ¿Qué chingados haces? — pregunta éste llevando las palabras, haciendo obviedad de su estado de ebriedad.
— Nada, solo veo a la bebé — dice ella intentando controlar sus miedos
Él se le acerca, tambaleante, llega aun punto en donde sus rotos están a centímetros y su repiraciones se unen entre ella, y aunque tiempo atrás a ella esto la hubiera vuelto loca, ahora solo espera que él se aparte y ruega para que el olor de alcohol desaparezca de su fosas nasales.
— Estás mintiendo — dice este haciendo un mueca de repugnancia, mientras ella se abstiene a bufar.
— Estás mal, es solo el alcohol que habla por ti — dice ella mientras se aleja, pero antes que siquiera pueda dar unos pasos, siente un tirón de la parte trasera de su cabeza para luego sentir como su espalda da un fuerte golpe contra la pared.
— ¿Crees qué no me he dado cuenta? – pregunta con la misma repugnancia y asco que había mostrado desde hace días o puede que semanas, mientras que ella solo llora y pide a súplica que la deje ir, que la suelte — ¿Crees qué no me doy cuenta de tus saliditas? ¿De tus planes tontos para dejarme e irte con otro? — ella siente cómo su mano sube hasta su mejillas apretándolas y haciendo que el sabor metálico ya conocido regrese a su paladar, no sé, si fue su cuerpo y mente cansado de lo mismo, pero lo que hizo a continuación sin dudas marcó un parteaguas. De un solo movimiento le da un golpe en la cara haciendo que este se alerte, él obviamente conflictuado por la reacción y herido en su ego se abalanza contra ella.
— Ahora si veras maldita imbécil — dice él, haciendo que su peor parte tome el control.
Ella lo único que sentía era dolor, eran los golpes y heridas que le provocaba la persona que tiempo atrás dijo quererla. El sabor a metal volvió, y con más intensidad, ella sabía lo que le pasaba, el porque se sentía tan cansada, y antes de cerrar los ojos, lo vio a él. Vi sus ojos, en los que el enojo y desprecio brillaba y se preguntó ¿Cuál fue el momento en dónde a esos ojos les encontró amor y dulzura?
Dicen que el último sentido que muere es el oído y ese día ella por fin pudo corroborar ese dato, lo último que escuchó fue el llanto de su hija, su último pensamiento fue que a donde fuera estuviera bien. Después de eso, Rubí por fin pudo estar en paz.
Meses después. . .
En la sala se oían murmullos, pero la única que no hablaba era Marisela, ella solo tenía la mirada fija en la pared y un sentimiento de paz en su pecho al saber que por fin habría justicia para su pequeña. Fueron unos largos 40 minutos los que tuvo que esperar para volver a ver a los jueces, para volver a ver a los abogados y para volver a ver a tal vez la persona que más detestaba en el mundo,la persona que una noche decidió que él podía quitarle la vida a su hija, uno que sin pudor había ido a tirar los restos de su hija a un vertedero común, como si de basura se tratara. Lo único que aliviaba un poco su dolor era el saber que él estaría en la cárcel, era obvio para ella, las pruebas, los testimonios todo indicaba que él iría. No fue hasta que Marisela cruzó mirada con él y con los jueces que se dio cuenta que había perdido y al oír a lo jueces decir que él era inocente por falta de pruebas fue que corroboró lo que sabía; en ese momento el tiempo se paró para ella, y todos los sentimientos volvieron a renacer como si fueran de un día pasado, la desesperación al no encontrar a su hija, la frustración al solo encontrar huesos de ella, el enojo y repugnancia al escuchar al miserable decir su nombre y hablar de ella, y uno nuevo la indignación de oír cómo dejaban libres al que mató a su niña. Y fue ese momento. . . . en el que explotó, los gritos quemaron al salir de su garganta y sus lágrimas empapaban sus mejillas, ella ya había aguantado mucho, esto fue su gota que derramó el vaso.
Horas después ya con la mente fría Marisela pensó en cómo mostraría como la justicia volvió a fallarle a la mujer. Y lo encontró, no la escucharon cuando hablo calmada y con educación, la tendrán que escuchar cuando levanté la voz por la justicia para su hija. Al día siguiente salió a pedir algo que deberíamos tener solo por el hecho de ser humanos, ¨La Justicia¨. Ella luchó y peleó y un día del mes en donde se supone la amabilidad y generosidad brota de los poros de la gente, frente al palacio municipal, Marisela, fue asesinada. Se fue sin la justicia que tanto peleaba, pero marcó a todos por los siguientes años, nos enseñó cómo la justicia mexicana carece de agallas y se ciega ante el dinero y poder. Cómo prefiere que la gente muera frente a la casa del pueblo antes de perder su dinero. Ella marcó que la justicia en México es un asco y no podemos apoyarnos en ella. Nos enseñó que si queremos justicia debemos buscarla nosotros, y que esa justicia la podemos encontrar sin matar, ni lastimar. Solo moviendo a un grupo de personas, solo hablando y marcando su voz. Mostró que la justicia no necesita brutalidad y que esta se puede encontrar con las palabras.
Marisela tal vez se fue sin justicia, pero no se fue como alguien cobarde, se fue como una de las mujeres y mamás más valientes de toda la historia mexicana. Ella marcó, ella enseñó, ella peleó.
Ella fue. Marisela Escobedo.