2.png

Queridas Ranas

escrito por Kenra Lobo

Nivel Universidad

2ndo Lugar

 ¿Has oído sobre el “síndrome de la rana hervida”? Se dice que, si pones este anfibio dentro de una olla con agua hirviendo, saltará de inmediato. En cambio, si lo colocas en agua tibia y aumentas lentamente la temperatura hasta que ebulla, será demasiado tarde cuando el animal se percate del peligro, pues morirá sofocado por el calor. Esta es una metáfora empleada con las problemáticas que son complicadas de percibir al principio, pero que gradualmente crecen en gravedad hasta el punto en que es imposible escapar de ellas. 

La primera vez que escuché tal cosa, salté en incredulidad. ¿Cómo era posible que alguien no se diera cuenta del obvio cambio en su ambiente y de su inminente peligro? Irónicamente, pronto me vi envuelta en la misma situación: yo sería la rana, y mi casa, la olla. 

Cuando era un renacuajo, mi papá era un hombre cariñoso y divertido conmigo. Sin embargo, poco después de comenzar mi adolescencia, su comportamiento hacia mí cambió drásticamente. Sus abusos se cocinaron a fuego lento, primero iniciando con regaños sin motivo alguno, avanzando a destrozar mis pertenencias, hasta entrar en mi habitación sin aviso previo para verme mientras me encontraba sin ropa. 

“Es una fase”, pensaba en cada ocasión en que me maltrataba y luego se disculpaba a través de llevarme de paseo o darme regalos. No obstante, descubrí un patrón llamado “círculo de la violencia”, el cual inicia en tensión, progresa en agresión, y finaliza en una luna de miel para otra vez repetirse. Un ciclo sin fin que viví durante cinco tortuosos años, aunque más tarde descubrí que mi mamá lo había estado sufriendo en secreto desde hace diez años o más. 

Y cada vez se ponía peor. 

Pronto se volvió un depredador que me vigilaba constantemente dentro de su territorio, aquel hogar que ya no se sentía como tal. En los momentos menos esperados, saltaba sobre mí y se alimentaba de mi temor e indefensión ante sus ataques, ya que si me resistía corría el riesgo de ver la muerte directo a los ojos. 

Mas llega el momento en que cuando tocas fondo, solamente queda nadar hacia arriba. De este modo, un día decidí ir a la Fiscalía para poner una denuncia formal contra mi padre por violencia intrafamiliar. No diré que fue un proceso fácil, pero sí muy liberador. Hoy en día, ese 

hombre está lejos de mí, y poco a poco las heridas que ocasionó las he sanado con nuevas experiencias y con la construcción de un brillante porvenir para mi persona. 

Mi historia de abuso es una entre miles. Yo logré saltar a tiempo de la olla, pero, ¿qué hay de todas esas mujeres que todavía no lo hacen? Como sobreviviente, sentí el compromiso de compartir mi experiencia con el propósito de, si alguien se ve reflejada en mi relato, comience a cuestionar su situación y una vez que la acepte, no dude en exponer a su agresor. No es sencillo salir del agua hirviendo, pero es mejor que morir lentamente sin que te percates. 

Queridas ranas, rompamos el silencio. Es tiempo de tomar acción ciudadana y saltar juntas de la olla.