Erase una vez la promesa de un amor
Escrito por: Lu
—¡Haz que pare! — El eco de mi voz golpeó el suelo al mismo tiempo que mi cuerpo se azotaba de rodillas contra el pavimento.
Así se sintió, pero nunca caí.
Comenzó con una despedida, un campo de batalla cubierto de insultos y el olor de un ex amor. Su nombre era Abraham, Alan, Ángel y también Josué; fue mi amigo, mi amante y mi peor pesadilla. Se infiltró en mi cabeza y cuando abrí la puerta, ya era demasiado tarde para decir adiós.
Se me salió de las manos tras pronunciar el primer “No”. Aunque para ser sincera, ni siquiera me di cuenta. Los gritos me cobijaron y fui yo quien terminó por disculparse, no conocía el amor, aunque en el fondo sabía, este no debía sentirse así.
La luna cambió de fase y las hojas se cayeron, nuestra relación se convirtió en una edificación tambaleante construida a base de mentiras y el silencio se apoderó de mí. Le temía a él y a sus amenazas, pero sobre todo, a la calidez que el infierno me hacía sentir.
Pensé qué al concluir con mi noviazgo, la tortura terminaría por esfumarse… El primer paso no fue el más difícil, el siguiente sí.
Apareció en mi bandeja de entrada con un usuario distinto, lo mantuve en secreto. Después, contactó a mis amigas, a mi familia y a mis compañeros de trabajo, los mensajes eran tantos que me era imposible borrarlos. Bloquear, denunciar. Bloquear, denunciar.
Terminé por cerrar mis cuentas y recibí un SMS que se convirtió en una llamada, luego en otra, diferentes números, todos los días. Cambié de teléfono y comenzó a seguirme, perdí mi libertad y junto a ella, mi identidad. Dejé mi casa y mi vida a causa de que alguien no entendió el significado de consentimiento, y durante todo el proceso, me hicieron sentir culpable.
Grité su nombre el 8 de marzo y antes de desvanecerme, vi el rostro de la empatía, hijas del acoso que me sostenían, hermanas mías. Morí y renací en un día, recibí información y asesoría, porque no era la única y no estaba sola.
Tú tampoco lo estás.